La industria salmonera, en promedio, pierde a un trabajador por mes debido a un accidente o enfermedad laboral. Pero mayo de este año rompió el récord: ya van seis muertos. Parte importante de esta situación tiene que ver con las malas condiciones laborales en la que se desempeñan los y las trabajadoras del sector; aquellas mismas malas condiciones que viven a diario los buzos de Carelmapu, una zona que llora el constante fallecimiento de los buzos que trabajan para las salmoneras.
Por: Maxi Goldschmidt y fotos de Nube Roja / 23.05.2019
Publicado en Eldesconcierto.cl
A diecisiete kilómetros de esa muerte, está Carelmapu. Vayan, nos dijeron tres personas durante el funeral de Arturo Vera, 59 años, nueve hermanas y hermanos, abuelo, marido. Buzo. Una de las siete personas que, en los primeros días de mayo, murió trabajando para una salmonera.
-Vayan a Carelmapu, ahí van a encontrar muchos buzos afectados.
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La ruta que viene de Maullín se transforma en la calle principal de Carelmapu, también parte de esa comuna. Una lluvia tenue humedece el mediodía. Un hombre, con una bolsa en la mano, camina rengueando. A los pocos metros otro hombre, un poco mayor, también con dificultad al caminar: usa un andador ortopédico.
-Yo soy mal de presión.
Así se presenta José. Se llama José Lastra Soto, tiene pelo largo, más años de los que aparenta. Es flaco, vital, sonriente. No dice “sufro”, “tengo” o “padezco”. Dice “soy mal de presión”, como dando la bienvenida al pueblo donde la mayoría de los hombres son buzos, y donde la mayoría de esos hombres padece el también llamado “mal de los buzos”.
Aquí, en Carelmapu, a 85 kilómetros de Puerto Montt y más de 1.100 de Santiago, ser buzo es una identidad. Y sufrir mal de presión -cuando no la muerte- parte del mismo destino.
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-Cuando un buzo se mete bajo agua, a mayor profundidad, más presión y mayor nitrógeno en el cuerpo. Si el buzo hace una descompresión pausada, regulada, ese nitrógeno pasa de forma gradual de los tejidos a las venas y de los pulmones al aire; y queda un cierto nitrógeno residual que se elimina después de horas en la superficie. Pero si el buzo no hace la descompresión adecuada, o sea, si sube más rápidamente, ese nitrógeno pierde la solubilidad y se acumulan burbujas en la sangre y los tejidos, pudiendo afectar oído, cerebro, médula espinal, articulaciones, o generando desde dolores musculares, parálisis, mareos, hasta síntomas similares a un accidente cerebrovascular.
El doctor Jorge Calderón tiene 49 años, es neurólogo y Máster en Medicina Hiperbárica y Subacuática en Barcelona. Fue director del Hospital de Ancud, donde ahora trabaja junto a otros dos profesionales. Y a la máquina que más vidas de buzos ha salvado: la famosa Cámara Hiperbárica.
“Se utiliza para enfermedades compresivas, para el mal de presión. Lo que hace la cámara es comprimir al buzo, meterle aire en un espacio cerrado y hermético. Al aumentar la presión, todo lo que metamos va a estar a la misma presión que la cámara, por lo tanto, le metemos oxígeno y se genera una hiperoxigenación masiva de los tejidos; a su vez se hace un intercambio del nitrógeno por oxígeno puro”, dice Calderón.
Según apunta, son más de 60 buzos al año los que ingresan a la cámara hiperbárica, que está en funcionamiento desde 2009 y que ya realizó más de 2.800 tratamientos. El número es bajo, teniendo en cuenta que se calcula que hay más de 5.000 buzos sólo en la región de Los Lagos. Casi la misma cantidad que emplea la salmonicultura en todo Chile.
Muchos buzos que sufren síntomas de mal de presión no tienen cómo llegar hasta el hospital de Ancud. O hacerlo implica perder dinero y días de trabajo. De los que llegan, uno de cada 150 fallece. Y uno de cada 50 queda con secuelas, que en la mayoría de los casos son lesiones medulares, según cifras de los últimos cinco años. Antes, la tasa de mortalidad era del 20 al 30 por ciento.
-Es que antes tenían que pagar. Del 2005 a 2010 fue muy fuerte. La ACHS (Asociación Chilena de Seguridad) vio como un negocio tener una cámara hiperbárica, porque era muy frecuente que vayan buzos de diferentes salmoneras. Ellos vendían el servicio, pero desde que se empezó a atender en el hospital, se les acabó el negocio y la cerraron. Algunos buzos podían quedar inválidos o muertos por no recibir tratamiento. Hubo un tiempo que eran muchos los accidentados en la salmonicultura. Nosotros hablamos del dumping social que significaba estar produciendo a cierto costo, pero el costo significaba que había muchos buzos que se enfermaban porque las salmoneras no estaban invirtiendo en seguridad ni en más equipos. Eso bajó mucho, pero básicamente porque la producción de salmón se trasladó a zonas diferentes, más hacia el sur.
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La Caleta de Carelmapu es una postal desde donde se la mire. Una vista aérea de google map, con el zoom al máximo, permitirá ver una centena de pintitas anaranjadas dispersas sobre el Canal de Chacao. No son salmones: son barcos amarillos, rojos y blancos que rodean la Terminal Pesquera y que todos los días salen mar adentro en busca de piure, erizos, almejas y ostras.
Desde hace añares la Caleta es el corazón de este pueblo de 5.000 habitantes acostumbrado a vivir del mar, en el que casi todo el mundo se conoce más por el apodo que por el nombre real.
-Antes los mariscos salían hartos, ahora ya no.
La frase la repiten todos en Carelmapu, un lugar históricamente tranquilo que en mayo de 2016 se levantó cuando la marea roja y el florecimiento de algas -consecuencia del vertimiento de 9 mil toneladas de salmones muertos al mar- los dejó sin el sustento de toda la vida. Barricadas de pescadores, mariscadores y mujeres que dejaron de desconchar piure para cortar durante dos semanas la ruta, son parte de un recuerdo que se fue apagando, en parte, porque esa vez sí apareció el Estado para ofrecer bonos que apaciguaron las aguas. Aguas que durante siglos brindaron todo lo necesario. Hoy, la realidad es otra, y ante la falta de trabajo, son cada vez más los jóvenes que viven de las salmoneras. O mueren.
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Paola Sánchez tiene 49 años, dos hijos. Es docente de Química y Física en el Liceo de Carelmapu. Es viuda. Su marido era buzo, como lo es uno de sus hijos. Trabajaba en una salmonera, como trabaja uno de sus hijos.
-Me dijeron que venía subiendo, y que a los 15 metros dejó de subir. Pero era mentira, el peritaje demostró que en realidad estaba a 40 metros. Con el tiempo supe que en realidad se cortó una estructura y lo golpeó. Pero no pude hacer nada porque me hicieron firmar un papel que decía que si yo demandaba a la empresa (Aquachile) debía devolver el seguro, y con eso se pagaba los estudios de mi hijo.
A Mirta todos la conocen como Tita. En la puerta de su casa está estacionado su trabajo: una camioneta amarilla con la que lleva y trae a niños de la escuela. Vive a orillas del mar, en un terreno con huerto y muchos gatitos. Mirta Vera también es viuda de un buzo, Pedro Alvarado. Al igual que a Paola, una empresa salmonera no sólo le quitó su marido y le rompió su vida para siempre: también la estafó, la engañó, se aprovechó de su vulnerabilidad.
-A mi marido lo llamaron para hacer un trabajo de tubería, que no era lo que le correspondía, porque su trabajo de siempre era arreglar mallas, sacar pescados muertos, trabajos de fondeo. El tubo por donde iban a pasar los pescados lo succionó y él quedó atascado por el cuello: murió instantáneamente. Quedé con una hija de ocho años. Me dijeron que murió en el hospital, pero fue mentira. Demoraron la noticia porque no había inspectores ni ninguna medida de seguridad. Y encima mi marido tenía un seguro de vida, pero ellos no me lo habían dicho. Fui a juicio, y cuando estaba a punto de lograr la condena, la salmonera arregló con el abogado. Conocí muchos otros casos así.
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Pablo es asistente de piloto ROV en una salmonera. El ROV es un vehículo submarino, una especie de robot que se opera a control remoto. Pablo tiene 18 años y trabaja 14 por 14 para una empresa que le brinda servicios a Camanchaca. Como las salmoneras se fueron trasladando más al sur, hacia Aysén y Magallanes, ese régimen de dos semanas de trabajo y otras dos de descanso es muy común en esta zona.
-Era trabajar con los mariscos o irme de Carelmapu. Mi papá no me dejó ser buzo, no quería eso para mí.
El papá de Pablo, Víctor Hugo, murió el 8 de abril de 2017. Tenía 42 años y era buzo.
-Se cortó la manguera a 33 metros. Logró subir pero a los segundos le tomó el mal de presión. Se le acalambraron las piernas y los brazos. Lo trasladaron a Maullín, pero no aguantó.
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El Centro Ecoceanos, junto a las comunidades costeras, pueblos indígenas y organizaciones ciudadanas, ha venido denunciando los impactos ambientales, sanitarios y sociales de la industria salmonera en Chile. Hace menos de un mes, presentó el informe Salmones de Sangre, donde revela los números alarmantes de muertes en las salmoneras: 36 en los últimos tres años. Pero ese promedio de uno por mes, fue superado en mayo: donde ya fueron siete las muertes.
Para Juan Carlos Cárdenas, director de esta organización, “esta situación de carácter tercermundista sitúa a Chile como el país con el récord mundial de muertes de trabajadores en la industria salmonera global. Esto evidencia los precarios estándares de seguridad laboral tras el éxito productivo-exportador de la acuicultura chilena”.
– El momento que está viviendo la industria salmonera nacional de cuestionamiento profundo en distintas aristas es histórico -dice Alvaro Montaña, integrante de la agrupación Defendamos Chiloé-. La crisis del virus ISA, pese a su origen sanitario, había sido una crisis eminentemente financiera, con impactos laborales enormes. Luego la crisis de 2016 fue una crisis fundamentalmente socioambiental. Pero la crisis de hoy en día es una crisis de legitimidad, básicamente por los abusos históricos al medio ambiente, los abusos con el uso intensivo de productos químicos y también por los abusos laborales, que quedan de manifiesto en este mayo que lleva en menos de un mes 7 muertes provocadas por la industria salmonera. Hay un consenso absoluto en la población, al menos en la zona de Chiloé y sus alrededores, de que la industria debe ser fiscalizada, sancionada y debe elevar los estándares sanitarios y laborales.
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-Doctor, ¿cómo podemos evitar las enfermedades compresivas?
-Con sindicalización, cooperativización, y educación.
El doctor Calderón, su equipo y la cámara hiperbárica, hacen mucho por salvar vidas. Sin embargo, saben que mientras no haya un cambio profundo en las condiciones laborales, y una intervención y control del Estado y de diferentes organismos sobre las empresas salmoneras, los riesgos seguirán siendo muy altos.
-Menos del uno por ciento de los buzos de salmoneras están sindicalizados. Hay mucha presión para que no se sindicalicen. Y si lo hacen, los echan. Es un trabajo bien pagado comparado a otros, pero los sobrecargan. Me tocó una vez hacer un seminario de prevención de enfermedades compresivas en una empresa salmonera en Puerto Montt y al año tuve como paciente a uno de los participantes. “¿Pero qué haces aquí, si ya sabías cómo evitarlo?”, le pregunté. Y me respondió: “Sí, yo sabía. Pero mi jefe dijo que si no me metía al agua de nuevo, me iban a echar”. Es la presión económica la que los hace comportarse así. Y las salmoneras no se han adaptado a los protocolos del buceo yo-yo, que es del entrar y salir varias veces de las diferentes jaulas. No han actualizado sus medidas de seguridad. Y deberían tener el doble del personal, pero obviamente no lo van a hacer. También deberían invertir en las vías de derivación: un traslado aéreo, en vez de mandarlos por lancha. Eso nos permitiría acortar los tiempos de tratamiento. Varios no llegan. Un año murieron 12 buzos. La mayoría de las muertes en la salmonicultura son totalmente evitables.
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¿Qué dicen las empresas salmoneras respecto a todas estas cuestiones?
-Envíe un correo electrónico a la siguiente dirección.
De un lado, son cientos las personas dispuestas a contar sus historias de vida, y de muerte, por trabajar en la salmonicultura. Lo mismo ocurre con profesionales de distintos ámbitos y organizaciones que entienden en la materia. Sin embargo, cuando las preguntas son a representantes de empresas salmoneras -luego de atravesar una burocracia de decenas de mails y llamados-, las respuestas son maquilladas, evasivas.
Los ejemplos, trágicamente tan a mano, se pueden ver incluso sin salir de este mes de mayo:
La empresa Walbusch, donde trabajaba el buzo Arturo Vera que falleció el 1 de mayo mientras realizaba servicios para la salmonera Multiexport Foods, le prometió hace más de dos semanas a su familia un informe de todo lo que pasó: aún no lo presentó.
¿Qué más se sabe de José Eduardo Yañez Calisto, el hombre que murió de un paro cardiorespiratorio en una planta de Castro? ¿Y de los tres tripulantes desaparecidos tras el hundimiento de la barcaza Navsur que trasladaba alimento para la empresa BluRiver, el pasado 5 de mayo? ¿Cómo se llaman, qué fue lo que pasó, continúa la búsqueda de sus cuerpos? ¿Qué dicen sus familiares? ¿Y qué ocurrió con las dos personas que aparecieron, hace menos de diez días, muertas dentro de un contenedor, en un predio de una empresa de transporte de la industria salmonera en Puerto Montt? ¿Cuánto tiempo más el dinero seguirá tapando tantas preguntas que necesitan respuestas?
Fuente original: https://www.eldesconcierto.cl/2019/05/23/el-mayo-sangriento-de-la-industria-salmonera-que-recuerda-la-tragedia-permanente-de-los-buzos-de-carelmapu/