El 31 de marzo pasado, en Puerto Williams, el pueblo más austral del mundo. Apenas 100 manifestantes -esencialmente descendientes de los Kawésqar y de los Yaganes, dos pueblos originarios prácticamente exterminadas- se congregaron frente al museo etnológico local, Martín Gusinde y corearon «¡No a las salmoneras!”
Un informe de Frederico Füllgraf. Publiado en tlaxcacla-int.org
Esta manifestación estuvo marcada por una doble ironía, una del orden del ridículo, la otra del cinismo: la ridiculez de los dos « blancos » de la manifestación, el Rey Harald de Noruega y su esposa Sonia, que observaban a los manifestantes al abrigo de las paredes del museo; pero lo que confina al cinismo puro, es que se escondían precisamente en el monumento dedicado al etnólogo y sacerdote de la Misión Steyler [Congregación del Verbo divino, preocupada de evangelizar en el respeto de las culturas, NdlT], Martin Gusinde, nativo de Breslavia.
Una mirada retrospectiva sobre un genocidio
Desde finales de 1918 hasta 1924, Gusinde emprendió cuatro expediciones científicas a Tierra del Fuego con el fin de estudiar los pueblos autóctonos, amenazados de extinción por las enfermedades y el genocidio resultante tras la llegada de colonos europeos, y documentar su cultura. Durante su estancia más larga (22 meses), Gusinde grabó canciones para el Berliner Phonogramm-Archiv [archivos etnológicos sonoros] y realizó un trabajo pionero fotografiando los ritos iniciáticos y la cultura de los sobrevivientes, cuyas obras principales « Begegnungen auf Feuerlandd» y «Die Feuerlandindianer Band I-III» ofrecen un testimonio de un inigualable esplendor. (Español: Los indios de Tierra del Fuego, Tomo I volúmen II, El mundo espiritual de los Selk`nam y El espíritu de los hombre de la Tierra del Fuego, Ediciones Xavier Barral, 2015).
Gracias a sus fotografías plenas de sensibilidad de la riqueza cultural de los autóctonos, llamados Fueguinos, Gusinde logró refutar el estereotipo racista, ya muy extendido en la época, de los « salvajes incivilizados», clichés que debemos, por ejemplo, a un joven procedente de una ilustre familia británica: Sir Charles Darwin. Quien a la edad de 24 años, en su libro c« El Viaje del Beagle », ometió esta perla sobre los indígenas de Tierra del Fuego: «Nunca hubiera imaginado la brecha que existe entre el hombre salvaje y el civilizado. Es más grande que entre el animal salvaje y el animal domesticado, en la medida en que el hombre tiene más probabilidades de mejorar que el animal. »
Aún hoy muchos se preguntan si esta desvaloirización racista de los habitantes de Tierra del Fuego por parte de Darwin ¿no contribuyó a hacerlos « salvajes », a reducirlos a la condición de carne de caza y entregarlos así a un exterminio despiadado? Otro mérito de Gusinde es que documentó las consecuencias del estúpido cliché de Darwin y fue el primero en protestar contra la tragedia experimentada por los Selk’nam, Yámana y Kawésqar
Esto había comenzado mucho antes de la llegada oficial de los misioneros blancos, anglicanos y católicos salesianos alrededor de 1840. Los cazadores ingleses y otros europeos ya habían transformado desde hacía mucho tiempo la Tierra del Fuego en un matadero donde cientos de miles de focas abatidas a golpes de garrotes y miles de ballenas matadas con arpones fueron utilizadas para la producción de aceite. Este «aceite polar » obtenido por calentamiento y presión era un combustible muy apreciado para el alumbrado público de las ciudades europeas antes de la electricidad.
La despiadada matanza de mamíferos marinos redujo a la nada la principal fuente de alimentación, de vestido y de vivienda para los aborígenes; aquellos que tenían una dramática necesidad de focas y de lobos marinos, que cazaban por su piel y carne para asegurar su supervivencia. A esto le siguió la presión sobre el continente de las gigantescas estancias que se establecieron para criar oveja de lana para la exportación. Y a partir de 1880, las acciones de los buscadores de oro. Fueron ellos -estancieros y buscadores de oro- quienes provocaron la desaparición definitiva de los nativos.
Popper a la caza del hombre : a sus pies, el cuerpo de un Ona asesinado
El genocidio imputable al infame Julius Popper, un rumano de origen judío, pasaría a formar parte de la historia de las atrocidades colonialistas y de la literatura asociada a ellas (Menéndez, rey de la Patagonia – Editorial Catalonia). De hecho, Popper exigía a cada uno de sus asesinos, para pagarle una prima, que le trajera por lo menos una oreja que probaran que había asesinado a un indio de Tierra del Fuego. Es por eso que la embriaguez del oro es inseparable de la embriaguez de la sangre de los Orejeros, los cazadores de orejas, que llevaban su botín diario en sus cinturones, suspendidos por una cuerda.
A mediados del siglo XIX, según varias estimaciones, unos 4.000 Selk’nam* vivían en Tierra del Fuego; en 1930 sólo quedaban 100, seres pobres, asustados y caquécticos que esperaban la muerte en un hospital salesiano.
La pareja real delante la estación satélite noruega de Punto Arenas
Amenaza a una reserva internacional de biodiversidad
Exactamente cien años después de este genocidio jamás expiado, Harald V de Noruega, del linaje Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, y su burguesa esposa Sonia aterrizaron en Chile, junto con un grupo de 60 empresarios noruegos. Oficialmente, se trataba de celebrar el centenario de las relaciones diplomáticas entre Chile y Noruega. Pero la verdadera razón fue revelada por el monarca en su presentación titulada «Pioneering Sustainable Solutions» (Hacerse pioneros de soluciones durables); esta expresión florida cubría el proyecto de establecer nuevas criaderos de salmón en los fiordos alrededor del Cabo de Hornos – más precisamente, en el Canal Beagle.
Mucho antes del anuncio del proyecto noruego -que Harald había preparado cuidadosamente en marzo de 2018, al firmar un acuerdo de cooperación con el presidente argentino Mauricio Macri para el desarrollo de la salmonicultura industrial en el Canal Beagle y en la costa de Santa Cruz- decenas de empresas salmoneras chilenas habían señalado con sus ganchudos dedos en dirección de Tierra del Fuego, lo que alarmó a los descendientes de los autóctonos. Por un lado, Puerto Williams alberga las reservas de agua dulce más puras del mundo; por otro, el Cabo de Hornos, incluido el Canal Beagle, y donde ahora los criadores industriales de salmón noruegos quieren también incrustarse, es desde 2015 una reserva de biodiversidad protegida por el Programa de la UNESCO sobre el Hombre y la biosfera.
Diversas razones que se superponen y completan, han demostrado la necesidad de esta reserva, considerada como un paradigma del medio marino subantártico. Este importante sitio oceanográfico se encuentra en una zona de confluencia de aguas de naturaleza y comportamiento diferentes: las aguas antárticas profundas y las corrientes de deriva del Pacífico Sur occidental, de una importancia capital para la regulación del clima del planeta.
Ante estas interacciones a veces complejas, pero sobre todo ante las amenazas que pesan sobre su futuro, las comunidades indígenas del sur de Tierra del Fuego han logrado que se cancelen, después de años de procedimientos, 344 concesiones de uso de agua otorgadas a los criadores de salmón. Pero las sanciones jurídicas no constituyen una garantía, también pueden ser canceladas mediante procesos de apelación.
Una coalición internacional de organizaciones para la protección del medio marino finalmente ha tomado como blanco la ofensiva de la industria salmonera: el Foro para la Conservación del Mar Patagónico del cual hacen parte, por supuesto, Greenpeace, el muy controvertido WWF, pero también la influyente Fundacion Pew. A principios de 2019, esta coalición publicó una toma de posición contra la ampliación de los criaderos industriales de salmón chilenos en Puerto Montt y en la isla de Chiloé, en la Patagonia Central, al norte de Tierra del Fuego, un texto muy crítico y bien documentado
Después de la fiebre de la lana de oveja y del oro, la fiebre del salmón
Antes de Puerto Williams, la pareja de monarcas noruegos ya había sido bloqueada en la Plaza de Armas de Punta Arenas, la capital de la región chilena de Magallanes. « ¡Bienvenidos reyes, pero sus salmones no! », gritaban los manifestantes. Los representantes de la comunidad Yagán en Puerto Williams confrontaron a los asombrados monarcas lobistas con una audaz lectura de una carta abierta en la que pedían que se pusiera fin al establecimiento de salmoneras en Tierra del Fuego.
Pero por qué este conflicto en el extremo Sur del mundo debería interesar a la lejana Alemania [y a Europa, NdE], podrían preguntarse aquí numerosos lectores y lectoras. Por una buena razón: el salmón es por lo menos desde 2016 el nuevo pescado favorito de los alemanes. Representa el 20,5% de las ventas de pescado al por menor y cada alemán consume 15 kilos al año. Una marcha triunfal del salmón en dirección de las mesas alemanas. [ los españoles ocupan el segundo lugar en Europa, con 50.000 toneladas al año, seguidos por los franceses, con 33.000 toneladas al año, NdE]
La mayor parte proviene de la acuicultura practicada en las costas noruegas y chilenas, que concentran el 75% de la producción mundial. Y aquí es donde comienzan los problemas, sobre todo en Chile. El documental realizado por los cineastas alemanes Wilfried Huismann y Arno Schumann para la televisión, Salmonopoly, ofreció a los espectadores desde 2010 un testimonio aplastante de la catástrofe que representa la cría de salmón en la Patagonia.
Contaminación de la costa sur de la Patagonia
La película señala la empresa noruega Marine Harvest, conocida desde hace poco bajo el nombre de MOVI. Con el 50% de las concesiones de cría, Marine Harvest es el segundo productor de salmón en Chile; un país que concentra el 26% de los beneficios de las empresas, por delante de Noruega, Escocia, Canadá y USA. En vano los documentalistas intentaron obtener de John Fredriksen- principal accionista de Marine Harvest/MOVI y propietario de la primera flota mundial de petroleros, así como de una de una fortuna valorada en 7 000 millones de euros – una entrevista sobre numerosas violaciones medioambientales y accidentes mortales de sus buceadores.
Por lo demás: como el magnate se negó a pagar sus impuestos en Noruega en virtud de sus Gloriosos 7 000 millones de euros, se instaló desde los años 90 en Chipre y luego en Londres, cuya City está en estrecha connivencia con los paraísos fiscales de todo el mundo. Este mánager glacial consiguió entre otras cosas eludir en 2014 las sanciones contra Rusia y a negociar un acuerdo de mil millones de euros entre su empresa Seadrill y el gigante petrolero ruso Rosneft.
En cualquier caso, hay que imputar a Marine Harvest y sus salmoneras flotantes la contaminación masiva del Pacífico en el sur de Chile. Las primeras críticas se dirigen a la importación de desove de salmón noruego infectado, luego los jóvenes son encerrados y engordados en jaulas sumergidas en la costa de Los Lagos, una provincia chilena en la Patagonia, y que contienen hasta 80.000 peces cada una. Los peces son alimentados esencialmente con harina de jurel; esta especie, estrechamente emparentada a la caballa, de la familia de los túnidos, ahora les falta a los chilenos pobres que se alimentan de ella y está catalogada como una especie en vías de extinción en el Pacífico Sur debido a la sobrepesca. El uso depredador se refleja en este absurdo ecológico: 5 kg de jurel para un aumento de peso de 1 kg en salmón de cultivo.
Pero estos atentados contra el medio ambiente pronto tomaron una dimensión de salud pública: Según los datos de Juan Carlos Cárdenas, veterinario y presidente de la asociación de protección chilena de los mares Ecocéanos – la industria salmonera introdujo durante los últimos 20 años, a través de huevos de salmón noruego, más de 20 enfermedades de origen bacteriano, viral o parásitario en la costa sur de Chile.
El «salmón zombi»
Sin embargo, los salmones reciben antibióticos todos los días que exponen su flora intestinal a bacterias resistentes a los antibióticos. Los consumidores de salmón, cuyos músculos contienen residuos de antibióticos, se exponen también a los riesgos de resistencia a los antibióticos. El 25 de julio de 2018, en una conferencia para Radio Universidad de Chile, el veterinario reiteró sus advertencias y alertó sobre la bomba que constituyen los antibióticos. En Chile, según Cárdenas, cada tonelada de salmón recibe 700 (¡óiganlo bien setecientas!) veces más antibióticos que en Noruega, Canadá o USA. Desde entonces, el salmón chileno, especialmente el de Marine Harvest, es llamado « salmón zombi » por los veterinarios contestatarios y los ecologistas.
Pero lo peor es que sólo el 40% de los granulados de harina que contienen antibióticos y dados diariamente a los salmones enjaulados son absorbidos por los peces. El resto atraviesa la reja de la jaula y se disemina, tanto por la orina y las materias fecales en las aguas marinas – las condiciones óptimas para la aparición de cepas bacterianas resistentes a los antibióticos y la proliferación de algas asesinas. En 2015 Cárdenas ya me había expuesto, para mi reportaje Chiloé, o los desastres en Salmonopoly, las verdaderas causas de la invasión de la costa de la isla por las algas rojas asesinas (llamadas « marea roja»): 25 años de expansión constante de las superficies de producción silvestres, basada en una explotación depredadora, que constituyen los mega criaderos de salmón.
El modelo de gestión de los criaderos de salmón se basa en un desprecio total de la carga admisible de los ecosistemas sensibles locales. La contaminación orgánica desmesurada debida a la comida y los excrementos de animales genera una eutrofización aguda aportando cantidades muy elevadas de fósforo y nitrógeno y acelera así una explosión de algas. Cada tonelada de salmón producida libera 72 kg de nitrógeno en el agua de mar, lo que equivale a los vertidos de 19 000 personas. La «marea roja» hacía tiempo se había desbordado a lo largo de la costa, fuera de los fiordos y canales interiores, y había alcanzado la alta mar, amenazando la biodiversidad, la salud pública y la vida de las comunidades de la costa chilena.
Y las jaulas sólo ofrecen una protección limitada contra el mal tiempo, y aún más limitada contra las tormentas, lo que explica la «la evasión » de 800.000 salmones de Marine Harvest en julio de 2018. Las televisiones chilena y mundiales advirtieron contra el consumo de estos salmones no aptos para el consumo humano, pero los pescadores de Puerto Montt ya habían capturado cientos de ellos, que se vendían a un precio irrisorio de 800 pesos (1,20 euros) el kilo. Pocos días después, un empleado del Parque Nacional de Lago Puelo, a 510 kilómetros de distancia de allí, en Argentina, confirmó que la repentina hiperactividad de los pescadores en los brazos del río Puelo, que desemboca en el Océano Pacífico en Chile, estaba relacionada con la fuga de los salmones chilenos, que había remontado la corriente río arriba y transmitían la plaga del salmón, lo que tendría consecuencias devastadoras.
Plantón contra el despido de Serrano
Volvamos a la visita real. Evocando una medida « preventiva » antes de la ilustre visita noruega, el Secretario de Estado Carlos Maillet, del Centro nacional de conservación y restauración de monumentos históricos, obtuvo el despido inmediato del sociólogo Alberto Serrano, director del museo Gusinde de Puerto Williams, sin dar ninguna explicación; Serrano, un especialista conocido por sus estrechas relaciones con la comunidad indígena Yagana y por lo tanto sospechoso, a los ojos del gobierno de Sebastián Piñera, de colaboración con los opositores a las salmoneras. Su despido fue por lo tanto, percibido como un regalo a la industria transnacional del salmón.
En definitiva, la expansión de esta transnacional en la Patagonia chilena y argentina en Tierra del Fuego no constituye, según la Asociación Interamericana del Medio Ambiente (IADA), un éxito de la salmonicultura intensiva en Puerto Montt y Chiloé, pero, al contrario, los prepara para un desastre ecológico. Su reubicación en las reservas de biodiversidad del Cabo de Hornos y Torres del Paine da esperanza a los criadores de recuperar una virginidad ecológica e higiénica que les permita continuar su negocio de oro con el «salmón zombi».
Un grito unánime a través la Tierra del Fuego: « ¡No a las salmoneras! »